miércoles, 18 de abril de 2012

La trompa del monarca es alargada

Cuando despertó, el elefante ya no estaba allí.
Cuando despertó, el elefante ya no estaba allí. Pero él seguía trompa. Caerse y romperse algo estaba dentro de lo previsto en su estado, pero lo que no se podía imaginar era la trascendencia que esta vez iba a adquirir. Por supuesto, sus amigos personales y demás palanganeros le justificaron con todo lo que se les ocurrió: que si lo llevaba en su sangre marciana; que si tenía problemas de alcoba porque su mujer era ortodoxa a pesar de haber nacido en Paranoia (motivo por lo que Corinna Sayn Wittgenstein pasó a ser su amiga especial); que si matar está muy feo pero cazar es un arte, sobre todo si se realiza con pelotas de goma; que si su labor es conservacionista pues todo el mundo sabe el daño que los elefantes están causando a los hugonotes; que si Mitrofán tuvo la cupa por no haberle enseñado a beber; que si no hubiera cementerios de elefantes tampoco habría yacimientos fósiles y Petrópolis no hubiera prosperado, con lo que más nos vale a todos mirar lo que hace el Imperio Ortodoxo con sus empresas no vaya a ser pertinente activar la reconquista; y así un largo etcétera.

Los cazadores de elefantes, cuando están borrachos, se cuelan por cualquier rendija, buscan la humedad y no les gusta la luz. Para acabar con ellos, lo más eficaz son los venenos. Se puede hacer uno de forma casera mezclando, a partes iguales, ácido bórico, azúcar glas, bicarbonato de sodio, yeso y fécula de maíz. Hay que colocar el veneno en distintos puntos de la casa, depositándolo, por ejemplo, sobre la tapa de algún bote.